Urán, subcampeón en la general, y Arredondo, rey de la montaña. Homenaje a nuestros ídolos
Ha terminado el Giro de Italia, una prueba en la que los colombianos barrieron, en una gran hazaña, la gesta más importante en la historia del pedalista nacional, con un gigante campeón, Nairo Quintana; un inmenso subcampeón, Rigoberto Urán; y una grata revelación, Julián Arredondo, quien es el rey de la montaña.
¿Algo más? .
Los colombianos cruzaron la línea de meta en Trieste (Italia) en medio de los aplausos y del reconocimiento del mundo y del orgullo de un país que a más de 9.000 kilómetros de distancia hizo fuerza para que esta proeza se cumpliera.
Por primera vez en la historia, Colombia logra el título de la segunda carrera por etapas del mundo, hace el 1-2 en la general con Nairo y Urán, se apodera del título de mejor escalador en una sola edición y tiene con Quintana a ganador de la camiseta blanca, la de los jóvenes, que en los últimos años se ha ganado con Urán (2012)
y con Carlos Betancur (2013).
Pero ahí no pararon los excelentes resultados de los pedalistas nacionales en esta, la edición 97 del Giro. Después de esos títulos hay que hablar de los triunfos parciales. Esta vez fueron cuatro, nunca antes logrado por los colombianos en una edición de la competencia.
Con las victorias de etapa de Nairo Quintana, en dos ocasiones, Rigoberto Urán y Julián Arredondo, el pedalismo tricolor llegó a 20 en la historia, la que abrió Martín Emilio Cochise Rodríguez en 1973, cuando consiguió el primer triunfo en línea.
De ellas, dos fueron al reloj: la de Urán en la cronó de 41 kilómetros y la de Quintana en la cronoescalada de 26,8 kilómetros, con lo que el país ya ha completado cuatro triunfos en esos esfuerzos individuales, tras el de Herrera en 1989 y la de Víctor Hugo Peña en la edición del año 2000.
La gran actuación de Arredondo no es nueva para el país. Este es el sexto título de mejor escalador que consigue el ciclismo colombiano en el Giro. Luis Herrera lo hizo en 1989, José Jaime González en 1997 y 1999, mientras que el tolimense Fredy González lo logró en el 2001 y el 2003. La única diferencia con el triunfo de Arredondo es que en esas épocas la camiseta era de color verde, hoy es azul.
El Team Colombia fue uno de los equipos combativos. Casi todos los días de competencia uno de sus corredores estuvo en fuga, buscando la victoria de una fracción, pero esta se escondió, les fue esquiva para los orientados por Oliverio Rincón.
Fabio Duarte la tuvo dos veces, pero en una el italiano y revelación Fabio Aru lo impidió y en la otra escoltó a Arredondo en Panarotta.
El tercer lugar de Járlinson Pantano en Oropa quedó para la historia. Sus piernas no le respondieron en el kilómetro final y casi en los últimos 200 metros fue superado. Las lágrimas del colombiano estremecieron a los aficionados al ciclismo, que vieron cómo un valiente pedalista nacional lloraba por haber perdido la
oportunidad de tocar el cielo con sus manos.
Colombia portó durante 10 días la camiseta.
El jueves 22 de mayo en la jornada contrarreloj que finalizó en Barolo, luego de 42 kilómetros, Urán se la puso y se la cedió el 27 de mayo a su compatriota Nairo Quintana en la etapa de Val Martello, quien no se la quitó.
Por todo lo anterior es que la actuación colombiana en este Giro es histórica. Nunca antes el ciclismo nacional había arrojado tantos éxitos en una edición de esta competencia y Nairo Alexánder Quintana Rojas se convierte, a sus 24 años, en uno de los ciclistas con los mejores resultados, pues ningún otro pedalista nacional ha hecho podio en el Tour de Francia y en el Giro. ¡Qué historia¡ ¡Qué gesta! Qué orgullo!
domingo, 15 de junio de 2014
Editorial Junio 2014
No importa las circunstancias de la vida o los problemas, el amor entre padres e hijoses más fuerte que cualquier otra cosa y nace el mismo día que venimos al mundo.
Esta carta se ha vuelto viral en redes sociales y nos da un claro mensaje del amor entre un padre y su hijo.
“Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me encontraba de mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.”
“Comenzaste a hablar entre dientes y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te levanté por el cabello y te empujé violentamente para que fueras a cambiarte de inmediato.”
“Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del auto llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.”
“Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mi te indiqué que caminaras erguido.”
“Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.”
“Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?”
“Luego escuché unos golpecitos en la puerta. “Adelante” dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación.”
“Te miré con seriedad y pregunté: ¿Te vas a dormir?… ¿Vienes a despedirte? No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.”
“Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpo. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. “Hasta mañana papito, te amo” me dijiste.”
“¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eras igual. Tu tenias unas cualidades de las que yo carecía: eras legítimo, puro, bueno y sobretodo, sabías demostrar amor.”
“¿Por qué me costaba tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme? Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.”
“Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste.”
“Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación. Algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.”
Esta carta se ha vuelto viral en redes sociales y nos da un claro mensaje del amor entre un padre y su hijo.
“Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me encontraba de mal humor. Te regañé porque te estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.”
“Comenzaste a hablar entre dientes y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te levanté por el cabello y te empujé violentamente para que fueras a cambiarte de inmediato.”
“Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del auto llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidamente y yo sólo te advertí que no te portaras mal.”
“Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos; que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte. Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mi te indiqué que caminaras erguido.”
“Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.”
“Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido?”
“Luego escuché unos golpecitos en la puerta. “Adelante” dije, adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación.”
“Te miré con seriedad y pregunté: ¿Te vas a dormir?… ¿Vienes a despedirte? No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.”
“Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpo. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. “Hasta mañana papito, te amo” me dijiste.”
“¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mí y ciertamente no eras igual. Tu tenias unas cualidades de las que yo carecía: eras legítimo, puro, bueno y sobretodo, sabías demostrar amor.”
“¿Por qué me costaba tanto trabajo? ¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo? Yo también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme? Después de un rato entré a tu habitación y encendí con cuidado una lámpara. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.”
“Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste.”
“Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación. Algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.”
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