En mi experiencia de madre de dos maravillosos hijos, puedo decir que jamás les prometí nada. ¿Por qué?
Los niños son muy manipuladores y saben dónde y cómo sacar una pro- mesa de labios de los que le rodean, sin que uno se dé cuenta.
Recuerdo que mi hijo cuando quería un juguete se tiraba al suelo llorando
y pataleando para que se lo comprara. Jamás le prometí comprárselo, pero lo comprometía a guardar su dinero para tal efecto.
Más tarde aprendió que si que- ría algo, la mamá podía sacar dine- ro del cajero automático con la tarje- ta en cualquier momento para lo que él deseaba comprar. Aunque le daba una explicación él no comprendía.
Un día, después de haber comido y estando todos juntos en la mesa, traje todos los documentos de pagos de electricidad, agua, gas, etc., y fuimos sumando y calculando cuanto se gas- taba mensualmente, entonces comprendieron que el banco no regalaba el dinero.
El proceso de enseñar a un niño en definir y expresar sus emociones es largo. Es más, ellos viven un periodo muy rápido de crecimiento y los padres deberían dividir el proceso en usar DIRECCIÓN con un niño pequeño y más COMUNICACIÓN con un adolescente. Hay que obser- var su comportamiento y para obtener una buen relación con los hijos es necesario que haya una buena comunicación que este siempre abierta. En cuanto a las promesas, me gustaría dejar en ellos la certeza que la mejor forma de cumplir con una promesa es no darla jamás.
He aquí algunas reflexiones adicionales respecto de las promesas:
Los hijos tienen una memoria prodigiosa, para acordarse de lo que les han prometido. Están esperando el cumplimiento de lo prometido, sea premio o castigo. Si la promesa se refiere a un castigo, tienen que tener la certeza de que los padres, lo van a cumplir, pues de lo contrario, no les servirá ni como medida disuasoria, ni correctora y volverán a repetir lo mismo, al no tener que sufrir las consecuencias.
También tienen la enorme capacidad de frustrase, cuando sus padres no cumplen lo prometido, referido a la promesa de un premio, por haber realizado alguna cosa buena en los estudios, comportamiento familiar, etc. Si después los padres no cumplen con lo prometido, llegan las decepciones y frustraciones, lo que puede llegar a desanimarles para esforzarse y conseguir metas más altas, de estudios o comportamientos.
Que tú sí, sea sí, y que tú no, sea no. En eso debe estar soportado el pro meter y cumplir. Nada de componendas de hacer lo que convenga a los padres, prometer o no prometer y cumplir o no cumplir según sople el viento. Los hijos se merecen la mejor y más eficiente forma de educación.
Es nefasto para los cónyuges y los hijos, prometer y no cumplir entre ellos. Dejando que coexista la incongruencia entre el decir y el actuar, relacionado con las continuas promesas expresamente incumplidas, de cosas importantes para cada uno.
Esto se refleja en la angustiosa espera de los padres, hasta que los hijos cumplen lo que prometieron: Estudiar y aprobar, trabajar o dar trabajo, pagar si deben, amar y respetar a su esposa o esposo, querer a sus hijos, respetar a sus padres, buscar la felicidad hasta encontrarla, vivir con honradez.
Los 3 principales conceptos, que los padres tienen que enseñar a sus hijos a prometer y cumplir:
1. Solamente se debe prometer, cuando se tenga la plena seguridad, de poder cumplir lo prometido, en cantidad, calidad, tiempo y forma y tener el firme propósito de forzarse a cumplirlo. Lo prometido es deuda y más vale tener la fortaleza de no prometer, que a sabiendas, prometer y no cumplir.
2. No se debe prometer, aunque se pueda cumplir, si es contrario a la moral y a las buenas costumbres, o pueda perjudicar a otros.
3. Prometer no es un juego, pues puede crear falsas esperanzas y alterar las emociones y sentimientos de otros, que les induzca a que pue- dan tomar decisiones equivocadas o perjudiciales.
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